viernes, 2 de mayo de 2008

Voluntad Ferrea...(GEN71)


Pedrito Ruiz, ya desde pequeño fue un niño de armas tomar.
A pesar de haber nacido con espina bífida (hecho que lo condenaba a una vida sobre ruedas y no precisamente porque se fuera a dedicar al automovilismo), siempre intentó comportarse como un niño común y corriente.

Así podíamos verlo en los años de la primaria, ante la ausencia de las rampas adecuadas, subiendo las escaleras con serias dificultades, acarreando su silla de ruedas y respondiendo con furia ante cualquier gesto que pretendiese ayudarlo en la difícil tarea de arribar al primer piso. El descenso, aunque peligroso, se le hacía mucho mas “rápido”, debemos reconocer…

La adolescencia no fue un problema para Pedro, ya que aventajaba a sus congéneres en velocidad final a la hora de corretear a las chicas. También era el único que antes de los 16 las podia llevar a “pasear” sin tener registro.
A pesar de esto, cuando alguna de sus compañeras intentaba facilitarle la tarera de intimar, por ejemplo desabrochándose el corpiño, Pedro montaba en cólera; ya que lo entendía como una actitud compasiva que él de ninguna forma estaba dispuesto a aceptar.

Llegado el momento de independizarse de sus progenitores, justo cuando estos lo único que esperaban era que Pedrito vendiera billetes de “La Solidaria” en la esquina de San Juan y Boedo, el muchacho les comunicó que iba a correr (o mejor dicho rodar) detrás de su sueño: ser inspector a bordo de la línea San Martín del ferrocarril.
De pequeño siempre había soñado con picar boletos y hacer bajar del tren a quienes no tuvieran el pasaje en regla.
Sus padres intentaron por todos los medios disuadir al jóven de semejante idea, obteniendo como única y malhumorada respuesta un “se van a la puta que los parió” de parte de Pedro.

De puro rompebolas y para que negarlo, con la ayuda de un abogado inescrupuloso especializado en discriminación y xenofobia, finalmente el sueño del pibe se le hizo realidad.
Al poco tiempo estaba desplazándose, no sin dificultades por los pasillos de la línea del Libertador.
Allí brindaba un pintoresco espectáculo cuando debía subir las empinadas escaleras de los vagones, a fuerza de brazos y cachas, utilizando estas últimas para no perder su medio de locomoción en el intento.
O desrodillando pasajeros a golpe de silla de ruedas, los cuales iban recordando a su paso a su puta madre o la recalcada concha de su abuela.

Quiso el destino que una triste noche de Octubre en la que Pedro recorría los vagones casi vacíos; en el último de ellos justo antes del furgón, se encontrara con el Gordo Cometrapo.
Solos, ambos dos en el vagón.
El jóven se deslizó hasta el voluminoso sujeto para solicitarle su boleto, pase o abono.
Luego de breves segundos en los que Cometrapo posó su turbia y amarillenta mirada sobre nuestro muchacho; como única respuesta obtuvo un gutural rugido estomacal (producto de la ingesta de numerosos reforzados de mortadela y huevo, litros de Cosechero Cayetano y mas de un canapé de grasa de rulemán) que sin dificultad logró alborotarle al cabello cual ventisca otoñal.
Al tiempo que se sacaba restos de mortadela de las mejillas, Pedro extendió la mano para asir al monazo del brazo para acompañarlo a la puerta del vagón, y solicitarle su descenso en la próxima estación.
En ese instante Cometrapo levantó el brazo para ver la hora, arrancando al pobre Pedrito de su silla.
Ante la indefensa imagen del joven tendido boca abajo en el pasillo del vagón, Cometrapo, famoso por su tendencia al abuso del débil; tuvo un rapto de redención.
Contrario a su naturaleza depredadora, el lúmpen extendió su mano, por primera vez en su vida y con una voz casi humana le dijo a nuestro chico: “te ayudo pebete?”
Lamentablemente, como siempre ocurría en estas situaciones, Pedro le espetó un recio: “No me toques! Puedo solo la concha de la lora!”
En ese mismo instante todo rapto de humanidad se volatilizó del rostro del malechor, quien tomó al jóven por el forro del culo con esa misma mano otrora solidaria, arrastrándolo hasta el furgón de cola; ya que como todo abusador, es celoso de su intimidad.

Pedro jamás contó lo sucedido; solo sabemos que apareció al costado de la estación de Hurlingham, sentido a Capital, inconciente, desnudo y boca abajo, con su gorra cubriéndole las nalgas. Al quitarla sus descubridores pudieron comprobar que también conservaba la picadora de boletos.

Triste final para los sueños del pobre Pedrito Ruiz.
La carrera del jóven quedó trunca, y su profundo resentimiento y sed de venganza lo impulsó a estudiar odontología.
Este año se recibe… dios nos proteja.

Gracias GEN71!